Qué rico cuando la vida trae lo nuevo. Todo nuestro cuerpo se abre en su bienvenida. La esperanza se viste de gala y nuestra sonrisa se hace amplia. Lo bello es más visible y nuestros suspiros agrandan el pecho. Qué linda es la vida con todas sus subidas y todas sus bajadas.
Lo cierto es que es fácil abrirnos a lo placentero, se camina fácil ahí. ¿No te ocurre?
Claro que a medida que vamos viviendo, podemos observar patrones que vuelven a pasar una y otra vez. Sí, la vida abre y siempre trae lo nuevo, pero también se lo lleva. Todo empieza y todo termina. Vida-muerte, día-noche, alegría-tristeza. La dualidad de estar vivos.
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¿Se imaginan una ola con miedo en el mar evitando romper en la orilla? ¿No tiene mucho sentido, no? Pues eso hacemos continuamente los seres humanos. Damos la apertura a lo bueno y cuando lo bueno deja de ser tan bueno empezamos a luchar para no aceptar que esa experiencia tiene su propio ciclo: un fin, una conclusión, un cierre. ¿Es algo que podamos cambiar? No.
Nuestra mente lucha para no sentir el dolor que eso produce, que no es más que la vida atravesándonos. Todo cambia, todo muta. Ahora plantéate como sería poder estabilizar y parar la vida a nuestra voluntad. ¿Una auténtica locura, no? No se llamaría vida, se llamaría otra cosa probablemente
La vida es una maravilla que implica placer y dolor. Evitar el dolor puede ser un infierno en sí mismo. Cuántas cosas hacemos en nombre de la evitación, como si pudiéramos zafarlo por hacer esto o lo otro.
No nos amamos cuando nos sometemos a esa enorme presión por quitarnos el dolor de encima. Cuando es tan simple (y tan complejo) como aceptar que es lo que toca, que no se quedará eternamente a vivir con nosotros. Pasará si somos capaces de concedernos el mimo, la paciencia y la comprensión que cada uno precise, colocando esa experiencia en la memoria de nuestro espíritu.
No es fácil, claro que no lo es. Se requiere de coraje y paciencia para poder sostenerte ante el temporal. Cuando uno pasa por distintos terremotos internos y se da el tiempo suficiente, el que sea, empieza a anidarse una fortaleza interna que da ganas de volver cada vez más rápido a cobijarse, para allí cuando volvamos a sentirnos enteros, volver a salir a VIVIR.
Me imagino al espíritu como una mochila que traemos cuando venimos a esta vida, donde dentro metemos todas las experiencias, pero…¿Nos damos la oportunidad para que maduren esas vivencias en nosotros, permitiendo todo lo que trae..?
