He visto a la tristeza brindando, saltando, riendo a carcajadas. Cuerpos que quieren desprenderse a toda costa de ella, anestesiando ese sentimiento que a todos nos roza más de lo que quisiéramos en determinados momentos.

La tristeza se asoma por los ojos y no hay forma de maquillaje en el mundo que pueda disimularla, pues apaga la luz, el brillo. Los ojitos dejan de sonreír aunque la boca lo haga. Sólo hay una manera de que nuestras ventanas, los ojos, vuelvan a lucir limpias, nítidas y sonrientes y es acurrucando ese sentir, dándole tiempo y cobijo. Como cuando estamos malitos de gripe y activamos el modo ahorro de energía, comiendo bien, abrigándonos más y alejándonos un poco del bullício.

Hacer como que no está no hace más que acrecentarla, dejándonos una sensación de haber perdido nuestra brújula, sensación de desamparo, del peor, el nuestro.

He visto ojos con estrellas, infinitos y llenos de un silencio sublime. Llenos de observación, de respeto, de inmensidad y de valentía por ir más allá. De aceptar que, aunque no sepamos que hay detrás de nuestro control se atreven a ser con todo lo que cada uno llevamos dentro. Esos ojos son como estrellas fugaces en la tierra. Se manifiestan efímeros y con una presencia completa a la vez de eterna.

Somos todos tan frágiles. Hace poco leí una frase que decía así: Cuidémonos, pues andamos todos un poco rotos. Así es. Todos somos la suma de millones de fragmentos de experiencias. Buenas, malas, apasionantes, tétricas, sublimes, algunas terroríficas. Todos nos estamos reconstruyendo, aprendiendo a amar-nos.

Vamos sedientos por la vida buscando amor, encargándose ésta de explicarnos que todo empieza una vez que empezamos a tenernos en cuenta a nosotros mismos. Entonces, sólo entonces, seguramente llegará alguien te acompañe y el aroma sea el mismo que el de una sonrisa tenue y suave, tranquila y confiada.

Las estrellas alguien las puso ahí para que mirásemos por encima de nosotros, para hacernos saber que por encima de nuestros cuerpos hay un sinfín de posibilidades elevadas a nuestro desconocimiento del todo y que para entendernos debemos ahondar primero en nuestro propio infinito para así volar sin tanto miedo.


Nel Marrero 2020

Perdiéndome, me encontré