Comenzó a saborearse.
Experimentarse se volvió su rutina diaria.
Cada día está pendiente de regular sus propios tiempos.
Para, para y vuelve a parar cada vez que su mente la lanza lejos de ella.
Ella respira, respira profundo hasta donde no puede inhalar más y suelta como la que no tiene prisa y va aprendiendo a dejar atrás lo que acaba de suceder para meterlo en algún lugar que en algún momento, con perspectiva, entenderá.

Pasito a pasito va descubriéndose. Sabe que el autodescubrimiento jamás parará.
Se da espacio y tiempo para poder calibrar su propio latido. A veces se aturulla, se aparta y vuelve a encontrarse.

Es adicta a esa sensación de reencuentro y en su interior estalla un orgullo suave, dulce y placentero.

El cuerpo le habla siempre. Se revela, somatiza, la desvela ocasionalmente de madrugada, tiene tiempos en que se muerde las uñas, aunque ya no se enfada por ello. Siempre le ha gustado comérselas.

Entendió que todo es cíclico y eso la libera de lo que tendrá que venir y vivirá.

Su cuerpo, su única brujula. La única llave que tiene para habitar su propio lugar en el mundo.
Precisó y sigue precisando coraje para seguirse a ella misma. Sabe que no hay nada malo o bueno en como se dan las cosas. La moral le resulta pesada. La vida siempre da y quita. En su experiencia, el tiempo siempre le ha explicado que le dejó lo que saboreó, sintió, rió, lloró.

La vida le resulta una maravilla siempre que mira atrás, aún con tsunamis que se llevaron partes de ella misma.

Hoy cuida su cuerpo de todas las formas: come rico; su sueño a solas se volvió una prioridad; las siestas le parecen lo más sagrado que existe; persigue atardeceres y le habla a las estrellas mientras las observa. Mueve y suda su cuerpo. Baila, abraza, toca y se permite no estar cuando no quiere.
La alianza cada vez se siente más fuerte. Lo que siempre tanto anheló, empieza a suceder.

Contenta de habitarse, tararea una canción que le hace volar, mientras taconea en suelo con su pie derecho, sentada.

Nel Marrero.